jueves, 21 de junio de 2012

Agradecer la vida


TODOS hemos sentido alguna vez la llamada de las inclinaciones, la visita fugaz de la razón de la palabra. Dice don Nicanor que en las inclinaciones se ha de volcar el alma, pensar, sentir, gozar y admirar. Verbos, al fin y al cabo, transigentes.

Pero hay que estar en la tierra, hundirse en la espesura, mancharse, reconciliarse. Hay que ser humano, estar vivo. La vida es un solsticio que no se acaba nunca y la poesía su herencia, la magia contenida.

Lo contrario es sinónimo de caos y en el verso hay mucho de sentido.

Cuando escribes un poema es como si desearas dar un abrazo muy grande a una persona. Ese es el tono. Aguantar los brazos en la espalda de alguien y respirar muy hondo. El tono es la distancia que separa tu mano de la piel del contrario. Una distancia efímera.

Hoy en Chile ha amanecido nublado. Don Nicanor se asoma a la ventana. Vienen los gorriones por un extraño alimento.

Siempre hay que conversar en los días nublados. La creación se aparece aunque no lo haga nunca. La lluvia no golpea los cristales manchados. El pájaro me mira.

Hay que vencer al tono, y tras el tono al ritmo. Abrazar, abrazarse, vivir, sentirse vivo. Aunque llevamos muriendo varios años, los mismos que nos llevan a agradecer la vida.