sábado, 16 de junio de 2012

Equilibrio y justificación


LA correspondencia suele acabar en equilibrio. El arte es realidad y el verso es justificación. Al final de la verdad existe la luz, ese momento mágico que siempre desespera. Tengo frío, hambre, miedo y sueño. Todo aquel que viva con las sombras presagiará su propia muerte. La cercanía del caos, las cicatrices del rostro de Auster.

Sentado en la silla azul, aquella que tiene pintadas tres cruces, he encontrado, gracias a don Nicanor, el lugar donde enviar los desvíos. Quedé muy tranquilo cuando deposité en su superficie todo aquello que sobraba.

El mediodía es el tiempo, diciembre el mes de la desesperanza, tu rostro la equivalencia. Y es que mi amor no es dios, ni la mujer que posee largos los muslos, mi amor es la poesía.

Hoy, mientras acudía a El Viso del Alcor, he observado el árbol que se llevó a Loreto. Se lo he enseñado a Nicanor. Ha omitido los dones por las vicisitudes. Miedo y sueño. Anoche en Barcelona paseé por la gracia. La gloria es el lugar donde habitan los necios. La gloria necesaria.

En diciembre esperé que naciera el verso que nunca sobrevino. En abril encontré la puerta al centro. En verano llegó dios de la mano de nadie.

Juego a tumbarme en la hierba, siempre a mediodía. Hierbas, piedras, rocas o tierra. Hambre y frío. Digo a Manu que deseo verlo mañana pero no me responde. Camino hacia la habitación de la poesía y me quedó en el pasillo. Tropiezo con la alfombra. Estoy en Londres.

La ética no existe, vivimos en la estética. Guardo silencio. Callar es de sabios, hablar de comediantes. Tengo un amigo que solo sabe hacer obras dramáticas. Nicanor pasea por la habitación con el cuaderno marrón en la mano. Un pequeño temblor de tierra habita entre nosotros. Domine gratias deo. Se ha quedado en un susto. La impresión es la equivalencia.

En Carrer de Balmes, llegando al hotel Abac, una sombra se ha cruzado entre el taxi y nuestras vidas. He pasado la noche esperando a la muerte. Tenía un cuaderno marrón en la mano. Envié un mensaje a Manu, llamé a don Nicanor, me despedí de la tierra en la terraza de la habitación 831 con una botella de agua de una marca muy extraña.

Escribía y escribía. Eran cartas. Los receptores recibirán, como justificación, un recuerdo. La vida, ya he perdido la sonrisa.