sábado, 23 de junio de 2012

No saber de la vida


HAY un pájaro atrapado en la chimenea. A veces golpea el cristal para decir que vive. No puedo liberarlo. La libertad es una condición de eventualidad y allí, seguro, sobrevive. Ordeno el cuaderno marrón que tiene notas de Boecio, de Porfirio y de Aristóteles.

Todo es razón de la palabra, aunque hay elementos que hacen que la razón de la palabra sea la razón de la palabra. Los poetas no buscan recompensas, solo la solicitan los ignorantes, los aprendices, los malintencionados. No buscar de la vida más que la soledad, el silencio y la naturaleza. La única felicidad posible consiste en despreciar lo propio, lo ajeno y lo convencional.

El pájaro sigue despreciando su vida mientras golpea el vidrio. Salen plumas por el respiradero. ¿Será un rabilargo? ¿Una tórtola turca? ¿Un pobre gorrión? Es la razón de la palabra quien gobierna la poesía. La rige en la eternidad.

Cambiaría la vida del pájaro por la mía. Dentro de ese habitáculo tendría tiempo de leer, y seguro que no golpearía el cristal. Permanecería en silencio. No saber de la vida. Estar siempre en la noche auténtica.

Hay un espacio entre la razón y la palabra. Me sitúo en él. Es la entrada al centro, el confuso laberinto. Pero cuando habitas, cuando defines la palabra eternidad, descubres que ese espacio es la trampa, la búsqueda de la verdad que nunca encuentras.

Tengo que abrir la tapa del hogar. He abierto la ventana para que el pájaro escape. Permanece inmóvil. Me mira y abre el pico. ¿Buscará el alimento? He dejado el cuaderno marrón dentro de la chimenea y he vuelto a cerrar la tapa. El pájaro ha sonreído. Ya no golpeará nunca más el cristal. No saber de la vida.