martes, 26 de junio de 2012

Marylebone High St.


SE ha vuelto a caer el mundo al suelo. Menos mal que tengo cerca a don Nicanor y a Gregorio Luri. Con ellos la vida es mucho más fácil. Es diciembre el mes más bello y cruel. El menos sofisticado y más preciso. Nunca debí contar aquello que me ocurría en primavera, cuando el amor soporta las angustias. Ahora todo es complicado: un amor que no aguanta mis notas con la Custom, unos amigos que desean abrazarse en la poesía, y un agente literario que busca, en la penumbra, la creación que no existe.

Vuelvo a saber de cosas. La razón de la palabra es la misma. Y en México, en El Tabo o en Barcelona, nada es lo que parece. Todo es pasado. El pasado no existe, ¿te acuerdas? Me he quedado aquí, en el centro, por si encuentro lo que busco o por si ando en un camino equivocado.

Tengo el libro de Leopardi (o de Colinas) pegado a la mano. Cuando me canso leo a Juan Ramón, recito algunos de los artefactos y vivo. Natalia sonríe.

¡Qué no sabría mi madre antes de fallecer! Lo pregunto cada día en el paseo de la observación. Suelo andar, lentamente, por la calle del Silencio hacia la avenida de la Vulgaridad. Es el movimiento, la ausencia de la paz.

Desde el suelo la vida se ve de otra manera. La que estoy acostumbrado a ver, a visualizar, a contemplar. Muero en esta tarde como un idiota. La complicidad con TRR es tan real como la carta que he recibido de Alberto Manguel. Será mejor que me marche. Que vuelva a pelearme con el taxista londinense por Marylebone High St. ¿Pido cena o almuerzo para dos?

Con una bulería soportamos lo malo. Sin ella nos arrastramos entre las piedras. Ahora es mediodía. Llora diciembre. No me canso. Sharleen premedita. ¡Aire, ha de venir el aire! En su defecto Pedro Sevilla envía la postal de la desnudez. ¡Puta vida!

La razón de la palabra habita entre nosotros, y lo hace desnuda, permanente. No hace falta que niegues, ni que alumbres. Ya la luz por sí misma es simultánea.