LLEVO todo el día observando los nidos de los
pájaros. La naturaleza pervive, reinventa. Mai determina, canta. En las casitas verdes
hay descendencia, han anidado. En cambio, las casitas blancas están vacías. Las
víboras, han sido las víboras. Este año
hay que tener cuidado, aparecen en las encinas.
Los picos sobresalen por el hueco de entrada en las casitas de madera pintada. Es un orificio circular que habita al frente. Cinco, seis, siete. Cabecitas innatas, picos desgranados y amarillos. Tienen hambre. Esta tarde, cuando el calor apretaba, escuchaba un ruido ensordecedor. Miraba las encinas, los acebuches, hasta los frutales. En todos había nidos, y hasta la última de las crías tenía hambre y reclamaba.
Llevo todo el día analizando la esencia del alimento. Esa fuente de vida que sustenta la razón de la palabra. Son las bocas abiertas, la musicalidad de estar a tu lado. Muero de rabia. Estoy en suspenso.
Por más que lo intentes con tus paseos, no podré estar tranquilo. Piso hormigas. De todos los tamaños pero negras. Ha caído un poco de pan en la cocina y han invadido la casa. Una hilera genial firma un tratado. Les he pedido a todas la confirmación. Aporto el alimento si se van como entran, no pueden permanecer aquí. En la esquina del baño, donde está la percha de la ropa sucia, se han parado a debatir. Las hormigas son sabias. Alimento de pájaros, destructoras del humo.
Después de la tormenta siempre llega la rosa. Las hormigas me dicen que aceptan. Que necesitan pan pero que marchan. Todas se irán después del alimento.
A través del cristal de las gafas de sol, las amarillas, observo a los mosquitos. Insoportable devenir, jerga de necios. Muevo las piernas. Me pongo nervioso. Corro hacia la puerta de la calle. Golpeo el pulsador y abro. Una salamanquesa se mueve con vértigo. Recuerdo a Botas. Víctor era más general y universal que la propia indisciplina.
Como la salamanquesa corro hacia la salvación. Me paro en las plantas aromáticas. La flor de la lavanda se seca, pero en la punta más alta hay un poco de morado puro, es el centro indudable. Dos poemas no justifican a un autor, lo hacen cinco. Y así, en múltiplos complejos y primos, ese violeta exquisito permanece. Tomo unas tijeras de podar para recortar las ramas de los árboles. Se ha nublado el cielo de pronto.
Amo a los presocráticos. Vivo con ellos. Me importa una justificación la poesía actual, esa. La que escriben los necios. Los disparates que desean una reseña para embargarse a sí mismo. Echo en falta tu cuerpo. Digo adiós a la naturaleza sentado en el césped. Me pica todo. Rasco mi cabeza con los dedos, las piernas resucitan de escozor. Bichos. Animales. Insectos.
El plato de loza blanco que he dejado en la bandeja, junto al vaso con agua, está lleno de hormigas. Sigo sentado. Leo versos de Botas. La historia antigua me la sé de memoria. El prosopon casi. No pertenece Víctor a la generación del 68. Habita en el centro, en la razón de la palabra. Lo de las generaciones es una gran gilipollez.