jueves, 7 de junio de 2012

Las mamás de la plaza


EN los momentos de crisis la cultura se convierte en especulación y las opiniones dejan de ser vertidas para pasar a ser vertidos. Son los catedráticos de universidad los que opinan, pero lo hacen sin fundamentos, solo manifiestan la más absoluta de las ignorancias.

Intento escribir un poema. Se lo debo a Mario Quintana, al que llegué por Enrique García-Máiquez. Utilizo el aforismo de Quintana: “El mayor encanto de los bebés son sus mamás”. Y es cierto. A veces se nos cae la baba pero no especulamos, ¡qué más quisiéramos!

Llueve en Quito. En Moguer un calor soportable. Inmaculada defiende el tono y leo a Juan Ramón. El tono de Luis Rosales siempre se apostoliza.

En la naturaleza no hay lugar para la política. Los pájaros, las nubes, los árboles, no entienden de las gestiones ni de los aforismos. Vuelvo a poner derechos los cuadros. El paseo por la plaza es agradable. Sigo pensando en el tono de cuestión de horas. La filosofía no pudo con la poesía.

Dejo las fresas en la casa. Sigo saltando en la cama de Juan Ramón. El cuaderno marrón tiene una página llena. Contiene tachones y huecos. El espacio que existe entre la firma y el final de la página. El hueco nunca será esperanza. Acaso inexistencia. No llueve.

Tarareo la música de uno mientras escucho a otro. El cenicero dorado está limpio, inmaculado. La luz verde es un aviso. “El mayor encanto de los bebés son sus mamás”.