domingo, 17 de junio de 2012

La impaciencia




ENTRE todas las plantas que habitan en el jardín ha brotado un girasol. Libre de la tormenta, que diría Garcilaso. Intenta reconstruir su horizonte hasta el sol, busca la luz como los hombres buscamos la impaciencia.

Abrió hace unos días y hoy las hormigas suben por su tamaño para dejar constancia de que existen. No es un girasol normal. Es la venganza. Hago un poco de café y envío a don Nicanor la foto realizada con el dispositivo móvil. No responde.

He tomado la silla de hierro del porche y me he sentado a contemplarlo. Tiene muchos matices. Sus desvíos son las hormigas. He podido comprobar durante la observación como gira su cuerpo para buscar la luz, para saber si hoy vendrá el otoño por tus largos pasillos.

El girasol es la correspondencia, la estética, la fuente verdadera de la que mana la razón de la palabra. Hay muchos verdes en su tallo, amarillos constantes y fuertes en la flor. El girasol es la iluminación.

Busco agua. Aunque tenga mucha cal el agua nos acoge. Voy apartando insectos a su paso y los deposito en el silencio. Nada me desespera. No hay palabras cuando se desea el llanto. No hay versos si lees a los poetas, a los verdaderos, a aquellos que miran la tierra y las nubes.

Es Nicanor quien habla. Dice que el girasol es la constancia. Seguir, seguir haciendo algo. No parar, pasear, leer, escribir, amar a la poesía. Hay que reutilizar aquello que nos donan. Como los girasoles, las hormigas, el sol, la luz, el agua.

Se ha levantado una brisa de aire que rodea mi cuerpo. Sigo sobre la silla observando al girasol. Atardece. No es invierno.

No creo que viva mucho, la fragilidad de su entorno lo condiciona. He tomado una caña para hacer un tutor, una guía, un sabotaje. El girasol me mira y sonríe. Es la verdad. La impaciencia de los hombres que nunca serán poetas.