domingo, 1 de julio de 2012

Hago acompañamientos


LLEVO unos días con la Custom. Solo hago acompañamientos. Hay momentos en los acordes que el sonido se confunde con la salvaje melodía de un mensaje de la BlackBerry. Tomo el móvil para ver lo que dices pero nada. No hay comunicación.

Mi escenario es pequeño, reducido. Siempre los mismos libros, idénticos autores. Riqueza y ayuda. Nada suena a despedida. Mi escenario no está vacío. A veces un autor me sorprende y lo acojo en la estantería roja por un tiempo. Con el paso de los días vuelvo a tomar su libro y lo rechazo. Mi escenario es limitado pero seguro. La estantería roja está vacía.

Todas las páginas en blanco se reducen a revisar unas canciones, unas notas musicales que sugieran más comercialidad y la pérdida. Mi pobre encanto es un sueño.

En la Fnac de Plaza Norte, en San Sebastián de los Reyes, el último ejemplar de La vida alrededor se lo llevó una señora muy elegante que había adquirido también el definitivo poemario de Trapiello. Permanecía escondido entre los libros de Parra y la antología de Chus y Luis sobre poemas de futbol. Me llevé al hotel los poemas de Joyce. Tengo que meditarlos. El sandwich de pavo hace la misma digestión que la llama de la vela con olor a fresa.

Mis acompañamientos son de cuerda. La ocarina la reservo para momentos de rigor. Cuando me piden ayuda. En esos instantes donde el acorde es nota y la nota palabra. Y vuelve el sonido que confunde el tono del mensaje con el traste 3 y en la quinta cuerda.

Hago acompañamientos. Nunca he sido protagonista. ¿Mayor o menor? Solo invento palabras.