viernes, 9 de julio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia LV)



Cada vez que voy a casa de Abel abro (no Abelardo) despacito la cancela, miro a la derecha, a la izquierda, al centro, y la cierro rápidamente. Es Choco que viene disparado hacia mí. ¡Qué miedo! Un perro ilustrado con carita de ángel y dientes de león. Más bueno que el pan bimbo, pero un perro al fin y al cabo.

Cualquier descendiente Feu acude en mi ayuda y ata a Choco. Entro midiendo los pasos, comprobando que la cuerda nunca llegará a causar problemas a mi integridad física. Ya en el porche de vez en cuando dirijo la mirada hacia el canino. Pero está allí, en su sitio, tranquilo. Levanta las orejas mientras muerde una hoja de palmera.

Sabe que estoy, sabe que le tengo miedo, y creo que se preguntará, “¿Quién es el capullo este que hace que me amarren?”.

Luego vamos al Chispa. Comida y charla. Llama Bonilla. Hablamos de muchos, Iwasaki, Barbeito, D’Ors, Aquilino, Pilar Pardo, Mendoza, Bolaño, Pedro Sevilla, Antonio Moreno, y también (ahora sí) de Abelardo. Entre otros que dejo en el camino entre el bocado a la presa y el cogollo sequerón. Junto a nosotros las fuerzas vivas de Valencina, el cura y la tercera edad.

Ya en casa cuento a dios la anécdota de una morena vestida de corto. Con trajecito (no puede definirse de otro modo) sin mangas, tapándose desde el pezón hasta el rabadillo, cortito cortito, como un retal, mejor retalito. Va a la máquina a comprar tabaco. Introduce unas monedas. Todo el Chispa enmudece. Se agacha a recoger el cambio y el paquete, y ¡sorpresa!, deja entrever la eternidad.

Uno de los mayores de la mesa de al lado, hombre grueso, suelta una carcajada que es acompañada por aplausos de los allí presentes.

La morena un bombón relleno, y el novio rojo como la escarcha. Ahora dios sonríe también. Y me hace pensar, me hace pensar mucho. Toco mi barba y mis cejas, y le hago dos preguntas.

- “¿Por qué dios es hombre y no mujer? ¿Qué hubiera ocurrido si dios hubiese sido mujer?”