jueves, 22 de julio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia LXV)



La esperanza se ha venido abajo. Como si fuera Platón leyendo a Anaxágoras. En la antigüedad, las ceremonias de boda duraban varios días. Los funerales también.

Me pide el jardinero que oficiemos una misa por el alma de dios. Y le respondo que de acuerdo, pero debe realizarse a la sombra del árbol, donde están las cenizas. Deseo que sean los rabilargos quienes dirijan la ceremonia. Y en la más estricta intimidad.

Cogeremos un libro al azar, un libro de poemas. Y mientras los pájaros destrozan el huerto, leeremos los versos.

No hace falta tributar honores, la palabra que todo lo cura es la palabra de la adivinación. Mientras existan los afligidos existirá la encarnación.

TRR se ha pasado al discurso corto. Breve pero no escaso. Condensa en pocas palabras su grandeza literaria. E. Moro me ha enviado una antología interesante, que agradezco y leo con curiosidad. ¡Cuántos poetas, y tan distintos, en un mismo y único libro! Como si de una encarnación múltiple se tratara.

Por la noche juego a los opuestos. Recuerdo a Pitágoras. Los principios se representan a sí mismos, y con sus opuestos ocurre exactamente igual. Nunca fue dios el principio primario. Nunca ocurrió eso en mi casa. Se dejaba ver como las columnas, como los sinónimos. Su vida fue un aforismo, por la escasez de palabras.

Un cuerpo infinito nunca puede ser simple. Pero él renunció. Bajó su esperanza hasta lo privativo, dejo de ser atributo para convertirse en poeta. Es la discordia que nos hace pequeños, y perdemos nuestras referencias. Hoy he perdido la esperanza.