lunes, 26 de julio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia) (y 66)



Sesenta y seis días estuve viviendo con dios. Sesenta y seis libros de poemas leímos juntos. Sesenta y seis MM nos hemos tomado, y hemos discutido otras sesenta y seis veces.

Sesenta y seis días llevo muerto. Vino dios para decirlo, pero permaneció conmigo para hacer compañía. Para que todo no resultara tan violento. Estoy muerto. Es la realidad.

También fallecieron hace años el jardinero, el pastor, los vecinos, aquellos poetas que nos visitaron, Luis, Antonio, Claudio

La única pena que siento ahora es no poder llevar a la práctica la tercera inclinación. Aquellos que leen y recuerdan, sabrán que la tercera inclinación es la unidad de la música con la literatura. No he podido terminar algo que en algún momento comencé.

La muerte es la solución, la liberación. Volveré a ver a dios y a leer con él, a discutir, a charlar, a comentar. Defenderemos juntos los intereses de la sinceridad y todo será un único intercambio.

La muerte es la vida, y sesenta y seis suman doce, y doce tres. Un número primo, e indivisible por sí mismo, como la eternidad, como las personas del verbo.

La vida ha dejado paso a la sinceridad y en Siltolá habitarán los rabilargos. Los hijos dejarán de ser hijos para convertirse en recuerdos aislados y deseados.

Sesenta y seis. Un número y una vida. Un encuentro, pero también un desconcierto.