lunes, 26 de julio de 2010

Cadión (Epílogo)



Un epílogo no es una justificación, es una vuelta de tuerca a los principios y a las ideas que han sido definidas. Un epílogo nos es obligado, ni siquiera apetece, pero dada la avalancha de comentarios personales hay que dejar claras las pautas del origen.

El mundo es susceptible a los acontecimientos. Ha dejado de ser provechoso para recibir alabanzas. Si se critica justamente provoca jaquecas, y además se mueven por intereses de la exclusividad.

A todos nos gusta que doren la píldora, pero la deben dejar en paz. La alabanza es irreal mientras no exista el fundamento.

Todos estamos muertos, desde el momento en que elegimos la profesión de poeta, el mundo sobra. Pero aquellos que permanecen enfrascados en sus sombras y necesitan escuchar para seguir, esos, han bajado a la tierra de los necios.

La pureza es sinónimo de muerte, y la muerte de desconcierto. El poeta mundano vaga por los territorios del absurdo. Sigue fielmente cada palabra, cada señal, cada encuentro. Dejemos la verdad para otro tiempo, en este no cabe la esperanza.

Solía decir dios que el tiempo es el mejor aliado de la literatura, el tiempo indefinible. Le gustaba defender la justicia literaria como aliada del verdadero tiempo. Ahora, desde la muerte, las cosas se ven como él decía. Una realidad deja de ser abstracción para convertirse en alejamiento.

No echaré en falta nada porque no he tenido nada. No echaré en falta a nadie, porque he estado acompañado de sombras, nadie es auténtico, nadie es verdadero.

Encontraré la plenitud en la esencia, y seguro que la poesía se complica, pero también se desnuda.

¡Qué susceptibles están los líricos! Un mero comentario que no saben interpretar y difunden la falsedad por las esquinas. Claro, si en fondo el filósofo tenía razón de ser, razón de masas. Es la especulación, la culación literaria. La mentira y el engaño superpuestos en origen hacia lo no auténtico.

Ahora pasaremos del mundo, dejaremos que Siltolá crie malvas (malvas rojas a ser posible) y al resto de los atareados le invitaremos, formalmente claro está, a que les den por el mismísimo y ancho portal trasero. ¡Al carajo! Con permiso de Fernando M. ¡Váyanse mucho al carajo!