Ayer perdí a una seguidora. La foto del perfil dejaba ver unos ojos bellísimos. Podían ser verdaderos o tal vez adquiridos, previo pago, en una galería virtual de imágenes. Desapareció de repente. Fue un relámpago fugaz. Había permanecido algo más de una semana. Comprobó que en una de las entradas publicadas, ponía a parir a algún emisario socialista. ¿O tal vez popular?
Se marchó. No obstante, recuerdo sus ojos. Era joven. De una generación posterior a la mía. Tenía un nombre sensual. Y su posición en la tabla me permitía divisarla constantemente.
Los ojos tristes se repiten, y nunca acaban en el cielo. Hace mucho tiempo prometí portarme bien, y no decir burradas, y velar al silencio, y desde luego no comentar nada que suene a triste.
Me marcho, salgo a la calle a buscarla pero no tengo suerte. Me arrodillo, me tumbo y miro al cielo. Esto ya no se lleva.
Todo suena a olvidar. Cierro los ojos y observo los suyos mirándome. ¡Qué frío! Si vienes por Sevilla, llámame.