En Arcos hacía mucho frío. Acudí a la cueva de Alcaraván. Bar típico, restaurante y lugar de la tertulia de ese municipio. No encontré fotos de poetas. En su defecto un gran poster de una cantante local de copla de buenas carnes y tez rosada. Entrábamos en calor por el microclima de la propia cueva, no por el vino un poco frío.
Esta mañana paseaba con Abel Feu por el mercadillo buscando libros. Apareció uno del hijo de Luque Gago. Se lo había dedicado a un señor con mucho afecto y se vendía por dos euros en el puesto de un rumano.
La intrahistoria de la literatura guarda secretos en los mercadillos. Hay poetas que se han cambiado el nombre y de pronto, sin más, aparece un libro de su etapa primera entre tornillos y ruedecitas. Lo tomas en las manos y lees. ¿Recuerdas? ¡Qué será entonces!
Un libro magnífico para editar. La intrahistoria. La verdad de la buena. ¡Menuda sorpresa! Y menudo chasco para algunos. Se escribiría la historia de otra forma.
Salvador Bofarull quiere que le presente en Sevilla su libro Demonios. Recuerdo que en el desconcierto hay un poema que comienza “nunca bajé al infierno pero sentí su frío”. Seguro que no era como el de ese vino local que aún se repite. Ahora todo toca a olvidar, hasta esas notas de guitarra. Los versos los repito con un buen café entre las manos.
Mi mirada habla por mí. Nada tengo que decir. El cuadro de Ramón Charlo debo ponerlo en algún sitio, no me queda más espacio. Voy abriendo los círculos cerrados, intentando hacer rombos. Y a ser posible, tres.