miércoles, 2 de marzo de 2011

The Feelings (18) (Segunda Inclinación)



Cada día que pasa tengo la fortuna de comprobar el silencio de la poesía. En la creación y en la lectura o recreación. Las presentaciones son odiosas. Los comentarios son insostenibles. Y hablar de uno mismo y de su obra, es patético. Paseo por Sevilla por la mañana y por Cádiz en la tarde. Largos recorridos. En soledad, sin compañía. Sonidos de ambientes que refrescan y enriquecen.

Respondo a todos y a cada uno de los libros que recibo para su publicación. No he dado un sí en seis meses. O me estoy volviendo purista o lo que escriben los aprendices es una auténtica mierda. ¿Cómo se puede comenzar un libro con axilas sudadas? ¿Y con estertores rastreros? Y no quiero mencionar el plátano de tu cadera.

Incluso un candidato indica que de su libro, una administración autonómica, comprará mil ejemplares. ¡Ni diez mil coño! Aunque tenga que hacer los cuadros con una regla.

Y la moda ahora es recibir poemas e ilustraciones o fotografías. Algún día, con tiempo libre, haré un collage, para la gratificación de los sentidos (comunes, se entiende).

Leo los libros de la final de un premio, y acabo por tirarlos todos. ¡Basura! ¡Gran basura! Le voy a decir al organizador que se cargue el premio. ¡No merece la pena! Todo debe ser silencio, gran silencio, enorme silencio, total silencio. (Un secreto: hay algunos que no pueden aguantarse, y el yo-mi-me-conmigo lo tienen hasta en el corvejón).

Algún día, cuando estés en el lecho de muerte, y el sacerdote te administre el sacramento de la extremaunción o esté dándote una hostia, no hace falta que recites de memoria las reseñas de tus libros, ni tus premios, ni lo cojonudo que eras mientras tenías pelos, en los huevos de aprendiz de poeta. ¡Ah! Pido disculpas, que los aprendices no tienen vello, poseen el patrimonio de poesía-depilación.