Madre, me debe perdonar pues he pecado.
Compartí con Luzbel algunas horas,
y su influencia dejó viejos recuerdos:
esa pizca de sal, la grafía sobre el libro
de la vida de dios, las carreras de Ascot
con sombrero de copa sin glamour,
la mancha en el vestido de la vieja alcahueta,
la mentira a los niños, a los que nunca
quise. Pero sigo mirando y te ruego,
por favor perdóneme, lo siento.
Satanás se ha marchado para siempre.
Me dejó las camisas planchadas en la cama
y un olor a vergüenza que no logra aliviar
ningún perfume. Levanto las manos
para llamar al aire, pero es tarde,
nadie acoge. Ahora estoy solo,
un sombrero amarillo adquirido en Berkshire
muere en el césped. Y este dios,
ese dios, aquel dios que me odia
nos joderá la vida, madre.