El término es también aplicable a la poesía. Poetas que no se acaban nunca. Para lo bueno y lo malo. Por ejemplo, Colinas, Rosales, Parra, no se acaban nunca. Son infinitos. Lees un verso que has repetido cien veces y descubres algo nuevo. El fogonazo que andabas esperando en el día que comienza. Y como contrapunto, en otros, la ausencia de eternidad.
He recibido la carta de Elías Moro, manuscrita y sellada con su norma visual. Hojas de un antiguo cuaderno, que me han recordado mil cosas. El contenido, es el contenido del corazón. Su corazón.
Cumbreño, Macías, Bernad, Moreno, Jiménez, Sevilla, Feu, Cotta, Piquero, Lama, Valls… Correos y correos por contestar que van saliendo poco a poco. La pausa es la prisa. La vida es el dolor. Y entre todos, un libro, el de Ferrán.
Un descubrimiento. Ando con la poesía chilena y Ferrán no se aleja de los cánones del fogonazo. Apartado de las corrientes vulgares e ignorantes que buscan la gloria fácil, él trabaja en lo suyo, que es la verdad poética.
Poco o nada más se puede decir. Que cada día están más abajo los que deben estar en el suelo, y cada día están más altos los que realmente prometen. Y la lista negra sigue engordando nombres y apellidos (¡y que no pare nunca por favor!).
Una cosa. Se me olvida. Entre la seriedad y la gracia, siempre la seriedad. La gracia es poco poética, y contiene toques de “hermetismo”. La seriedad es serenidad.