martes, 22 de marzo de 2011

Wolf



Corina es comunicación. Paseamos por Sevilla en busca de un frío que nadie ve. No llega el sueño. El Salvador está precioso. Mañana presenta su libro aquí y yo estaré allí, en Cáceres. Tengo ganas de dar un abrazo a Cumbreño. Y escucharle leer poemas redondos. No se puede estar todavía en dos lugares a la vez. Y si recuerdas mis abrazos, suenan a triste.

Abandono Facebook por Twitter. Lo veo más poético. Y allí están ellas. Las princesas que yo quiero: Natalia, María, Ana. Además saludaré al poeta Javier Pérez Walias, al pintor Nacho Lobato, al artista Pablo Pámpano. Me quedo en Atrio. Se puede comer y se puede dormir.

Escucho los últimos temas de Elisa muy bajito. Hay algunos retoques que molestan. Tan bajito que me duermo. Cierro los ojos y observo los círculos cerrados. Hoy he recibido una llamada brutal. Alguien que lee en entrelíneas y desea justificarse. Y la vida en sí es mera justificación.

Disfruto con Aquilino Duque, y mucho más con Antonio Colinas. Es inagotable. Su poesía es infinita. Debo a Antonio Porpetta la frecuencia de trato con Luis Rosales. Y a Luis Rosales debo el descubrimiento de Nicanor Parra. Tengo bastante. Todo me sobra. Los malos versos ajenos que van a donde dicen. Solo se queda lo mágico. Todo suena a olvidar.

El vino de Arcos se sigue repitiendo. ¡Todavía! Pero, realmente, ¿fue el vino o la desdicha?