Corina es comunicación. Paseamos por Sevilla en busca de un frío que nadie ve. No llega el sueño. El Salvador está precioso. Mañana presenta su libro aquí y yo estaré allí, en Cáceres. Tengo ganas de dar un abrazo a Cumbreño. Y escucharle leer poemas redondos. No se puede estar todavía en dos lugares a la vez. Y si recuerdas mis abrazos, suenan a triste.
Abandono Facebook por Twitter. Lo veo más poético. Y allí están ellas. Las princesas que yo quiero: Natalia, María, Ana. Además saludaré al poeta Javier Pérez Walias, al pintor Nacho Lobato, al artista Pablo Pámpano. Me quedo en Atrio. Se puede comer y se puede dormir.
Escucho los últimos temas de Elisa muy bajito. Hay algunos retoques que molestan. Tan bajito que me duermo. Cierro los ojos y observo los círculos cerrados. Hoy he recibido una llamada brutal. Alguien que lee en entrelíneas y desea justificarse. Y la vida en sí es mera justificación.
Disfruto con Aquilino Duque, y mucho más con Antonio Colinas. Es inagotable. Su poesía es infinita. Debo a Antonio Porpetta la frecuencia de trato con Luis Rosales. Y a Luis Rosales debo el descubrimiento de Nicanor Parra. Tengo bastante. Todo me sobra. Los malos versos ajenos que van a donde dicen. Solo se queda lo mágico. Todo suena a olvidar.
El vino de Arcos se sigue repitiendo. ¡Todavía! Pero, realmente, ¿fue el vino o la desdicha?