HAY que ver las descripciones que hacen los poetas de hoy.
Como si Homero deseara engañar a los dioses para hacerlos dormir o, en su
defecto, para dormirlos. Roma en los años ochenta separa el cielo de la tierra.
Es la época intermedia, vendrán tiempos mejores, repito a Susana a las puertas
de la Via Vercelli.
La diferencia que existe en el caos y los opuestos provoca actividad, genera un estado de Teogonía donde el sustantivo significa abertura y el predicado resquicio.
No puedo escuchar testimonios. Nacho se ha perdido mientras hacía fotos de ángeles y el primer verso, ese de Motivos, surgió del resquicio que existe entre el cielo y la tierra. Hay versiones distintas, diferentes. No hay lógica en la duda.
Hoy la fuente se ha cubierto de nubes. El cielo está turbado y la lluvia habla de dos variantes: el ritmo y el tono. Puede observarse, no obstante, que la producción del poeta es proporcional al número de aberturas y resquicios, es su religión, debe ser su mantra.
A veces siento ese estado implícito que atribuimos a la descripción. El carácter otorga. Di un beso a mi madre antes de su muerte, otro entregué a mi padre y ahora, cuando quiero llamar, no existe ningún número.
La Via Vercelli comienza en la Piazza del Rei di Roma y culmina en la Via Tuscolana. Cerca de allí se encuentra el restaurante Yaba. Las mejores pizzas las tomé en ese establecimiento, entre folios repletos de poemas antiguos y ojos de mujeres que observaban la verdad y el misterio.
Una romana bella, con pechos de aberturas y resquicios, se sentó a mi lado y pidió que recitara a Dante. Descubrí en su canal, el cauce artificial, la razón de la palabra. La lengua en paralelismo y el tono de la repetición. Solía poner el ritmo en las caricias. Pero mejor es no pensar, mejor es no pensar. Imaginar y recordar se superponen y confunden.