UN poema de Verlaine lleva una cita de las Soledades de Góngora. Un verso que
inspiró a Caballero Bonald aunque no logró llegar a la lasitud. El poeta de Metz, en cambio, con suavidad, con mucha
suavidad y un poco de calma lloró acompañado de la amada hasta el alba.
Es el dulce abandono, el beso prolongado, la frente con la frente, la mano con la mano. Y el amor por encima de las causas doradas, aunque mienta.
Llevo toda la tarde recomponiendo los trozos del cenicero. Es una batalla inmensa, sin amor nada se repara, ni los poemas de Verlaine, ni los bailes sagrados, ni la palabra pura que surge y no perdona.
Es un dolor infinito el que tributan como homenaje póstumo, es la cordura. Mis grandes dedos se llenan de pegamento y cada una de las partes del cenicero construye un soneto, es el romanticismo. Yo creo en el lenguaje de los pájaros, en el de las flores, en el de las nubes. El consuelo es razón y es palabra. El alivio es gozo, es misericordia y, en el centro del bosque, buscaremos el recuerdo, el firmamento que edifica la razón de la palabra. ¿Crees en ello? Si es así llora. Yo comparto mi alma con los fantasmas invisibles, los pecadores, los que son espacio y tiempo. Con todos los que derraman lágrimas por las adversidades.
Hoy has vuelto a asomarte al balcón irlandés. He clavado mis ojos en tu frente y en tus manos. Ha sonado la música. Te ofrezco el corazón, el viento, esta vieja canción al borde de la gracia.
Decir que la poesía es el arte del mundo nos empuja despiertos a olvidarnos de todo.