sábado, 3 de marzo de 2012


HABÍA ayer un pájaro que no paraba de mirar a todas partes. Era un pájaro bello. Su reconocimiento parecía la amargura, aunque era plumoso.

Dicen los presocráticos que la belleza deja de ser cuando deja de estar. Ocurre que en la antigüedad, en la edad media y ahora la vida está al revés. No está alrededor (como debiera ser).

Le he dicho al pájaro: “Durarás en la fama lo que tus carnes prietas te permitan. Cuando caigan tus pechos, ah, la fama, cuando caigan tus pechos”. El pájaro, que era bello, salió volando.

Es la vida al revés. Es lo que hay. La causa de las crisis, de las insinuaciones, de los tristes desvíos, de las palabras necias. Hay que leer a Juan Ramón, a Leopardi, a Rilke, a Novalis, a Pound, a Eliot. Pero hay que leerlos. Leer pausadamente, como quien ama a un pájaro muy bello y lo disfruta.

Del desconcierto ya habló Platón, la admiración es una forma de desconcierto. Es el origen de la filosofía, de la poesía. Sin admiración no hay poesía, sin desconcierto no hay poesía. La aporía.

Las fuentes de los ríos sagrados fluyen hacia arriba, tanto la justicia como todas las cosas se encaminan en sentido contrario. Tienen los hombres decisiones engañosas; ya no es segura la confianza en los dioses”.

Eurípides, Medea, v. 410-413.