DECÍA ayer don Nicanor que en España tiene un
hermano, pero le digo que no, tiene un hijo ignorante y miedoso.
En Las Cruces el verano es primavera y, a pesar de coger el escarabajo todavía, no atiende a descorchar la botella de cabernet souvignon pausadamente. Prepara su discurso de finales de abril del Cervantes (seguro que no acudirá –un poeta de más de ochenta años no debe tomar el avión-) y habla de Cervantes, solo de Cervantes, sonríe. Está lúcido como los grandes y feliz como los pequeños.
En el capítulo VI de El Quijote se dan muchas pistas, las mismas que don Nicanor ha sabido encontrar y desmenuzar. Un tango de Gardel y una sonrisa.
¡Qué le debo a la vida! Mundos innumerables, un aire y la paciencia. No obstante, por decir lo que debo decir, hay muy pocos poetas que participan de la autenticidad. Uno de ellos es don Nicanor. La estructura actual del mundo es una confusión de misterios y sombras. Ayer sin ir más lejos, mientras don Nicanor arrugaba la estirpe en las contemplaciones, dos policías franceses negaban a Pepe del Río en la embajada de Francia de Madrid por hacerme unas fotos. El obstáculo de la negación era una actividad, la propia conclusión. ¿Krono o Solón? Lo oscuro, el escritor satírico, lo afirmaban los griegos.
El espacio es una disciplina que se contiene en el tiempo. La conducción de un escarabajo y la razón de la palabra que llama desde Chile. En Las Cruces la primavera es llanto, es cosmología.
Suena a lo lejos un tango de Gardel, baila don Nicanor. El amor y la vida inmortal, ya lo decía Teofastro.