PLATÓN amaba el olivo, la ciudad. Yo deseo el mar y las encinas. El acebuche es cercano al olivo y convive con las encinas. Platón también decía que el bien y el sol eran analogía. No subo las persianas, amo la oscuridad, llevo gafas de sol a todas horas, frecuento lugares de descensos.
Para vivir hay que bajar, hay que quedarse abajo. Subir es engañoso. Como si intentaras fusionar la música con la poesía y dijeras a la armonía que no tiene cabida. Hay un sueño violento que concede la forma, la unidad. Es un sueño que representa los estados del conocimiento.
En el centro del bosque no hay olivos, puede que observemos encinas. Las ramas de los grandes árboles no dejan que entren los rayos del sol. Las sombras predominan. En el centro del bosque huele a mar encendido. Es un fusionamiento de presencias. Un título, un subtítulo y un testimonio. La música y la literatura existen porque son, y son la misma cosa. El arte de las artes, el relato místico musicado.
Vuela el azor de cola cenicienta. Los girasoles empiezan a crecer y las encinas florecen. Los brotes de los árboles caducos van naciendo. Hay moscas, hormigas, bichos. Hay música en el bosque.
Una ola muy grande ha llegado hasta el centro del bosque. La llaman materia básica, entidad, verso, mirada o religión. Esa ola es el cuidado de nuestra propia muerte, la confianza, el acebuche.
La poesía es el único objeto estable que permanece en movimiento, semejante a las formas, es la histeriagrafía.