EL auto-escarabajo de don Nicanor lleva un verso en
la puerta, un verso que es la vida. Es por ello que hay diferencias entre la
razón poética y la razón de la palabra.
La razón poética es el enigmático lugar donde todo confluye, donde habita el olvido. En cambio la razón de la palabra es el libro de Heráclito, la única realidad, la conclusión de Parménides o la búsqueda de Platón de la suposición.
Veamos, hoy por ejemplo leía Jesús Aguado en Sevilla. No había un poeta en la sala. Solo sea por la curiosidad, el hermetismo del ambiente o la riqueza que proporciona escuchar al autor. Eso es la razón poética, la sinrazón.
Otro ejemplo. Luis García Montero levanta más dinero que Luis Alberto de Cuenca con historias políticas y culturales, y eso que Luis Alberto de Cuenca es mejor poeta e infinitamente más culto que el granadino. Otra burrada de la poesía.
En cambio la razón de la palabra no consiente estos hechos, se limita, virtuosamente, a los cambios de humor y desamor. Algo así como mezclar la poesía de Salvago con la de Juan Bonilla. El resultado será la lectura del mejor poemario de los siglos veinte y veintiuno.
Te he tumbado en la arena, al lado quedan las piedras y la hierba. La importancia de lo sostenido ya lo dijo Jenófanes. El conjunto del poema está claro, no hay nada más. El cálculo de los precedentes y la limitación. El reflejo de ser primera geometría, la oposición, los opuestos.
Ha dicho Jesús Aguado algo del fracaso y el fugitivo, me recordaba al desconcierto. Al final todo es fracaso, todo es desatino, desencanto. La razón poética.
Y así, sus palabras, su lectura con tono acompasado, dejaron entrever la razón de la palabra. El complejo coherente, la musicalidad. Mundos innumerables, autenticidad y fragmentos ciertos.
No hay proyecciones dudosas en la razón de la palabra, hay cosmogonía.
Hay llamada de Chile, mundos innumerables de nuevo. La predicción del verso, la conjetura. No hay casos aislados. Busquemos la razón de la palabra como Novalis buscó el infinito entre las cosas.