martes, 13 de marzo de 2012


LA distancia es el trayecto que recorres desde el centro hasta que arrojas toda la basura, los desvíos. Su mayor componente se denomina tiempo. Como si Plutarco descubriera en las citas de Parménides que la ironía es cierta y comprensible.

Eso es la pertenencia, lo probable, el movimiento eterno. Hay que acudir constantemente hacia la distancia. No puedes esperar que la condensación de las ideas supere lo que no es semejante. La reacción equilibrada, el movimiento continuo y los versos celestes, con humedad, con tierra.

La tierra es el sustento de la razón de la palabra. No hay nada incompatible en el proceso. Que la poesía es buena y deseable es homérico. Que nuestras formas básicas como el fuego, el aire, las nubes, el agua, se contienen en la tierra también.

A través de este cristal observo la distancia. Ofrece muchas dificultades. No deben importarnos los testimonios de los contemporáneos, ni las críticas que se realizan de manera específica, ni siquiera esas manifestaciones de cariño que engloban atributos, respeto o movimiento. La dificultad es el proceso de creación con llanto, en soledad y silencio. Sin tiempo, no hace falta. El tiempo es un componente vertical, posee un buen criterio pero viene sin prisas.

Vacío, sin poder vital, con la compañía de un dios que no me entiende, observo la distancia que es presencia. La razón de la palabra determina que la tierra es inteligente, grande y pequeña, infinita indivisibilidad, esencia cosmogónica.

Vienen los pájaros a verme y se posan sobre las encinas. De pronto miles de aves dejan ver sus argumentos. Citan poemas de memoria como elementos de la unidad. Sin la razón de la palabra la poesía sería imposible.