lunes, 5 de marzo de 2012


El dios de la poesía es un dios hombre. Fue el que vivió conmigo una gran temporada, bebía los MM y leía los libros que dejaba en el porche.

El dios de la poesía era un fastidio, animó al jardinero a replantar mimosas y se iba en las tardes para dar los paseos.

El dios de la poesía amaba a Parra y don Nicanor resucitaba todas sus intenciones. Admiraba a Leopardi, a Juan Ramón, a Rilke, de Novalis pensaba que era un poeta sin noches, de Pound recordaba la silla, de Eliot sus gafas, de Colinas su pelo, de Rosales María.

Me ayudó a poner nombres a los insectos, nombres literarios. Aprendió a entenderse con la lavadora al igual que lo hacía con los rabilargos. En el huerto sembraba y recogía. Esparcir es soñar, ceñir es disponer.

Son los cuerpos celestes, las estrellas, los astros. Fue Anaxímenes quien habló de las nubes expresadas. La expresión nunca será espesura y en el bosque, en su centro, nos espera la niebla. Es una condensación densa, vivaz, acertada. Si miras más allá descubrirás fantasmas. Son las sombras de dios que vuelven con lo húmedo.

La poesía es ese anillo que una vez nos pusieron para sobrellevarnos, solo tenía tres años y era de caramelo. Dejé la pelota junto a la muñeca fea y corrí, corrí. Nunca salí corriendo. Me escondí en la azotea de Marqués de Comillas. La voz de la tía Juana iba gritando un nombre que supuestamente no era el mío. Arrugado tras un trastero en alto miraba de reojo, no quería que me hallara.

He mirado mis manos y he visto aquel anillo. El de la boda. Era 1967 y estaba en la azotea de Puerto Real, en la misma cubierta de 1982 en Moguer. Solía repetir dios que la vida se presenta dos veces, y debes recordar, y debes permitir que te recuerde. Con los actos que surgen viene la superficie y con los sueños la nieve.

Esa tarde en la azotea tenía frío. Nunca se apartó de mi cuerpo la sensación de esa temperatura.

Se hizo tarde, anochecía. Las estrellas, los astros, los cuerpos celestes llegaron sin decirlo. Tenía miedo, tres años y mucho frío.

Hoy ha venido dios. En Roma, 1984, mes de diciembre. Hace mucho frío. Es tarde. Dice Nacho que corra. Nunca salí corriendo.