martes, 20 de marzo de 2012

La justa percepción


QUE la duda es agravio es una afirmación sorprendente y razonable, pero la eterna duda es como lo justo y lo injusto en Arquelao, su existencia se demuestra por convención, no por naturaleza. De ahí que nos cansemos de la vacilación, de las propias modificaciones y de las correcciones. Son necesarias, es evidente, pero también son cansinas. El mundo posee masas, al igual que en la poesía existen los diferentes registros.

He iniciado el movimiento de la quietud. Se postula el principio en el tono y el ritmo. La poesía debe dejar la especulación y convertirse en seguridad, en progreso. El trabajo no debe confundirse con las modificaciones. La proporción es nuestra deficiencia. La justa percepción.

De las encinas ya no caen bellotas, el viento azota algunas ramas y las hojas secas inundan el porche. Han vuelto todos los pájaros. La tierra gira en su tendencia habitual y vuelvo a sacar los libros de Parra y de Claudio, de Pablo, de Antonio.

He puesto rumbo al centro, el único posible, a la revolución del movimiento. Debo estar seguro en este espacio geométrico, es la unidad, sin variedad ni roces. Los principios generales de la poesía procuran la solución perfecta: el centro es rotación, nunca es duda.

Existen, en otra forma, beneficios que desatan argumentos, ejes centrales que engañan, es la indeterminación. Pero el opuesto ordena: todas las cosas que han llegado a la existencia deben ser únicas, vivir de la razón de la palabra, con la razón de la palabra, para la razón de la palabra. Vuelve la justa percepción, la única consideración.

Mientras miro tus ojos se consume la vela. El color de la llama se percibe en tu rostro. Es legítimo amarte, este tiempo que corre no es el mío. Es la significación, la percepción más justa. Nada puede llevarnos a la duda.