UNA vez escribí: “Dice un poeta social que la paz es su
herencia, y como no tengo paz nunca tendré herencia”. Lo recuerdo esta tarde
frente al perejil que ha crecido en demasía. Su flor asoma entre los tallos
amarillentos. Recorto las ramas, el resto de la menta que rebosa, las flores de
la lavanda que van secándose ahora.
Quito las malas hierbas. Debo arrancarlas de raíz, hay tierra que viene con ellas y lo ensucia todo. Una tierra húmeda y esperanzada. La tierra con herencia. La paz de la materia y los cuatro elementos.
Araño mis manos. Convierto el alma individual en gratitud. La tierra es generosa. En la naturaleza las causas son los seres y nos interrogamos sin la voluntad. La mala poesía es como los brotes que deben separarse del suelo. Lo inundan todo. Se acaban comiendo el espacio.
El primer episodio consiste en malinterpretar. El segundo en negar la totalidad de la naturaleza. Y el tercero en ignorar. Ninguna afirmación es múltiple. Son ideas que confirman la existencia de los contrarios. El último extremo de las cosas. La interrogación.
El poema es un teléfono inalámbrico que se carga permanentemente hasta agotar su batería. La repetición, los impulsos, la herencia sin paz.
Debemos vivir más allá del cielo, justo en el centro. Enterrados en la tierra y manchando todo. Como la raíz de la propia representación. La poesía es el género supremo que nace en la naturaleza.
Espero sentado a que alguien me enseñe a entender. El término relación suplica al término reconocimiento. Dentro del centro camino como un ciego: las manos por delante, el alma escuchando la significación o su posibilidad y, sobre todo, asumiendo lo competente y lo incompetente. Nada es lo que parece.
Llega el poeta social con un ramo de perejil, otro de hierbabuena y algo de lavanda. Tomo las tijeras de podar. Quito el seguro. Sus dedos son como las ciudades griegas. Sangran. Desaparece el valor de la verdad. Es un error. La poesía es el género supremo que nace de la naturaleza.