TOCO el cielo. Aparecen los rabilargos. Se asustan del nuevo
espantapájaros. Lleva mi camisa, mi sombrero, mi vida que asusta.
Dejan caer el vuelo libre por encima de las encinas. Con la majestuosidad que te sirve de algo. Noto que han llegado por el color azul del terciopelo.
Hoy las nubes no paseaban. Tomaban de la mano a Platón y Juan Ramón abrazaba a Isabelita García Lorca, ¿o era a Natalia? Las primeras imágenes en movimiento, en desesperación. La niña es Natalia Jiménez de Cossío, hija de Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes. ¿Es una causalidad o premeditación? Natalia, y Jiménez.
En El Tabo hace frío. Fotografío las Tres Cruces de las puertas. No hay rabilargos. Tiemblo. A lo lejos don Nicanor reclama algo. Soy la nube que anda tranquila, la que no se mueve, aquella que mantiene la misma forma en el espacio y en el tiempo. He llegado. Sigo sentado.
Cuando don Nicanor dice algo floto entre la gente. Me separo del suelo. Tiemblo de nuevo. Estoy sentado en una silla de madera pintada de azul. En uno de los listones tiene pintadas tres cruces. Cierro los ojos. Parménides, Heráclito y Anaximandro. Las tres cruces del cielo. Las tres nubes. No me soporto.
Me acojono tanto de haber tocado el cielo que hago rápido la maleta y vuelvo a casa. Debo encerrarme. Sigo flotando entre la gente. Te busco entre todas las personas, pero estás entre los brazos de Juan Ramón. Su barba y la expresión de servir de algo son engañosas. Es poeta y como tal nunca miente.
Vuelve don Nicanor a reclamar su tiempo. Miro al cielo. Hay tres cruces. He vendido mi tiempo en la sonrisa de una niña. Se llama Natalia. Y Jiménez. Juan Ramón la mira. Has perdido tu sonrisa.