LA
muerte lo permite todo: los cantos, la dialéctica, tumbarse en la naturaleza a
recoger los frutos. Ha llegado la muerte con las manos vacías. Pretendía que
trajera un poco de cabernet sauvignon para
mejorar el poema de Leopardi. Si te sirve de algo dedicaré a Paolina la estrofa
acompasada, la música de Supersubmarina
y el último cuaderno marrón, adquirido en Verona.
Ahora voy todavía más despacio. Si dices que me entiendes respiraré tranquilo. Ayer escribí dos versos en el cuaderno y esta mañana he arrancado la página. Política Poética, Almas de Violeta, Espacio, Estación total y Eternidades. ¡Qué burrada! Estoy tranquilo con los libros entre las manos. Observo como cenas, nunca miento, callo. Digo poco o nada que es lo mismo. Me abstengo de manifestar las descripciones del camino hasta el centro. Es un secreto. La mosca blanca lo inunda todo. Un saltamontes infiel se ha cruzado con una araña y ha caído en la piscina.
Dice la muerte que vaya preparándome. Que el poema es actividad, esencia, objeto, arte, manifestación. Dice la muerte que la mística nunca se identifica con dios. Tiemblo y siento el frío de la tarde al salir de la piscina. Sonrío cuando leo sus manifestaciones. Entre flotar y separar vivo lentamente.
Sigo leyendo a Leopardi, a Pound, a Rilke, a Novalis, a Hölderlin, vivo con Juan Ramón. Colinas llamó ayer pero no pude atenderlo. Estaba con Mauricio y con Stefan Zweig. El pájaro de siempre es la vida de mañana. Las nubes son estrellas, el pilón rebosa, lo sigue haciendo. Huele a cloro la eternidad. ¿Dónde coño está dios?
El último cigarro de la muerte se apaga en el agua del cenicero dorado. Somos gitanos de la poesía.