martes, 1 de mayo de 2012

El libro de Pound


LA botella de refresco sabe más de la cuenta sobre la concreción y la paciencia. Lleva años en la mesa de la cocina. Ha perdido su color y la chapa está algo oxidada. Te he visto primero en la hierba y he corrido hacia ti. Cuando llegué te habías marchado. He mirado a la derecha y a la izquierda. Eres grande para desaparecer así, sin más.

Me ha engañado la hierba. No apareces ni detrás de los árboles ni encima de las nubes. Grito a los pájaros para que desvelen tu destino. Ninguno habla ni delata. Sobre la naturaleza estamos perdidos, sin ella no existe la poesía.

Arrojo la ceniza al vaso con agua y el ruido de la consumación me desespera. La llama de la vela no para de moverse. A lo lejos unos niños conversando y una rodaja de limón en un único recinto. Todo deja de ser natural cuando lo soportamos.

Las servilletas de papel amarillo tienen cercos de humedad. Las acerco al fuego y arden. El humo te busca, te habla, te quiere. El humo es ese verso que ha dejado de escribirse y se evapora en el círculo. Debemos estar dentro. Fuera hace frío.

La luz de la mesita tiembla.

Espero una llamada que no llega. Un correo que no recibo. Todos quieren ganar y uno quiere joder. Es la ley de la perseverancia. Desde luego si sigues así tus poemas pasarán por encima de la botella de refresco.

Creía que te marcharías, nunca supe que te irías así, de pronto. Pero todo es igual y tú lo sabes. Una botella sobre la mesa de cristal, unas vueltas de la vida que mienten y reprimen, una aproximación.

Enciendo un nuevo cigarro. Leo a Pound. Los años noventa no me gustan. Leo a Pound. Acaba de morir mi perro. Leo a Pound. No puedo escribir un verso. Leo a Pound. Resbalé por la escalera bajando de la azotea. He roto el libro de Pound.