Aparqué
en el Paseo Marítimo. Crucé rápido y entré en la calle de la Soledad. El número
1 seguía igual, como lo recordaba. Incluso en el caserón el número 3 aun posee
la fachada con el escaparate de la sastrería de mi padre. Marqués de Comillas
ahora es la Soledad.
A unos metros la Plaza de Jesús y el Ayuntamiento. Y a la izquierda el colegio del Santo Ángel. Ayer viví todos los recuerdos en un solo puño. El Bar Las Golondrinas permanece contiguo a la casa que me vio nacer.
Por fin una silla cómoda. El lomo de Platero resultó agradable. Me senté a la izquierda, no me gusta la derecha. El concejal de Cultura presidía. No supe si aprobar un edicto en la sala de plenos o justificar lo injustificable. La política y la literatura no se acaban entendiendo.
No admiro los actos, ni las fotos en los actos, ni los momentos posteriores y anteriores a los actos. Pero hay que estar, respirar, subir a Platero y tocar la humedad del centro.
Gracias a todos los que estuvieron, los que vinieron de lejos, los que hicieron kilómetros, la generosidad llegó a abrumarme. El aplauso tras la lectura de “Variación de Moguer”, también.
Al finalizar el acto se acercó un señor mayor que dijo que mi padre le había hecho su primer abrigo, y no recordaba si lo había pagado. Sus ojos tras las gafas de pasta formaban parte de la historia.