martes, 8 de mayo de 2012

Miro a mis hijos


PASA la vida como lo hacen los camaleones por encima de la retama. Miro a mis hijos. Después de estos años la vida se consume en esa losa azul, la de siempre. Llena de hormigas y de restos de bellotas, pisamos los sueños e inventamos palabras para saber si lo que escuchamos es cierto. Nada es verdadero, nos enseñan lo que desean, nos mencionan lo que les interesa que sepamos. Nada es lo que parece.

A lo largo de la historia de la humanidad, una crisis económica deriva en una crisis política. Si ambas son importantes el único final posible es la guerra. La contienda que suena a despedida.

Que no daría Rajoy por salir corriendo hacia Ecuador o Chile o Costa Rica. Ha perdido, por perder, hasta la sonrisa. Nosotros la dejamos hace muchos años. Cuando comenzaron a hablarnos con desengaños, con mentiras, con miserias y promesas que manipulan los unos y los otros.

Huele a guerra. La batalla es la única salida al desempleo, al avance de la economía, a la estabilización desestabilizada. Sigo mirando a mis hijos. No queda nada.

No pidas ayuda. Todo suena a incierto. La izquierda, la derecha, el centro. Los medios de comunicación arden en falso y apenas sostienen el hielo del vaso de cristal que se calienta con los alaridos de los indignados.

Mala vida, peor certeza y las almas se hunden una a una y sin ayuda. Ya los jóvenes no tienen ilusiones, los ancianos cuentan las monedas de euro en la bolsa de plástico reciclado, los inmigrantes, esos que dieron tanto por tan poco, se mueren a las puertas de los hospitales.

Lo único que me jode de toda esta película son los bancos, los lugares de esparcimiento donde guardamos los ahorros de una vida plagada de desengaños. Ellos reciben al uno por ciento, prestan al gobierno al cinco (venden las sonrisas) y no desempolvan las miserias. Tan solo lo hacen con dinero público.

Huele a guerra. Empezará por Grecia. Seguirá en Alemania. Morirá Europa a las manos de sus creadores. Merkel no vencerá en otras elecciones nunca jamás. Rajoy tampoco.

Un amigo en Perú me decía hace años que preparaba mensualmente la habitación del golpe. La llenaba de suministros por lo que pudiera pasar. Nuestros padres la llenaban de medicamentos y latas de conservas. Los billetes de quinientos se vieron poco. Todos los tienen Rato, Botín y otros elementos de esa calaña miserable. Miro a mis hijos.