FANNY se ha quedado unos días en casa. Se acuerda
de Giacomo y ha preferido la compañía de sus libros al recuerdo de la muerte en
Nápoles. Le he tomado las manos con dulzura y he añadido: “Prometo no
defraudarte”. En ese justo instante llama a la puerta la muerte que había ido a
tirar la basura. Mala vida. He perdido la conexión con el otro mundo. Ambiento
mi diario con sombras. Miro las estrellas, las nubes las digiero con un poco de
agua mineral. Botella azul.
Dos imágenes orientales han añadido su recuerdo entre los libros. Sigo siendo una carabina francesa. Pensaba que podía, que era capaz, que el silencio era despedida, que todos estos años servían de algo. Nada. Fanny se sienta con sus negros ojos, marcando pezones con la camiseta mojada por el riego, los rojizos labios deseantes, y solo habla de Giacomo, de su nariz curvada, de los pómulos salientes. Los Cantos son sinónimo de soledad, de eternidad, grandeza, de poesía.
Regreso de Siracusa con algo más de conocimiento de griego. Pasaré el próximo invierno en Catania. Me ha invitado Dionisio. Viviré en la latomía. Rodeado de rocas y de gatos. La tierra servirá de alimento. En el centro. Lo quise todo. Perdí tanto.
La mujer, como el almendro, pierde la vida por culpa del gusano cabezudo. Lloras. Hay lágrimas en tus mejillas. Tanta vida, mentiras, desengaños. ¿Tienes fe todavía? La fe es amor, amor a la poesía. Deja las tonterías para más tarde. Delante de tu presencia están los acebuches, las encinas con casitas para pájaros verdes o blancas. Acelgas, rábanos, patatas, zanahorias, pimientos y tomates incipientes.
Un gran girasol ha crecido en el porche. Dice llamarse Fanny. Le quedan unos meses para enseñar su flor hermosa y amarilla. Me sigo preguntando si la poesía que escribo sirve de algo. Le he pedido que me bese y ha solicitado que le recite un poema. Como no creo en los míos he tomado prestado uno de Leopardi. Se ha quitado la camiseta. ¡Mira que tienes suerte Giacomo, amigo!