La niña de blanco que se casó conmigo, cuando tenía tres años, se debía llamar Natalia o Susana. Son dos nombres inmensos. Los mismos que dijeron los no sinceros cuando caía la lluvia en el cristal.
He tenido un percance. En la mano derecha. Al limpiar el filtro de la depuradora he destrozado el dedo índice. La uña está negra. El dolor insoportable. No respondo a correos y, las llamadas, las destruyo en el ambiente de luz.
La brevedad de Tomás se confunde con la ausencia de sombras. Hace calor en Sevilla. No sirve de nada ser de los primeros. Cada vez que disculpas tus actos me contengo. Todo es un perdón premeditado y activo. Y el perdón, en oficio, se convierte en medida, en sacrilegio.
Que yo te quiero, lo he dicho en inglés y en castellano. ¿Recuerdas? La vida que no olvidas y esos matices que se marchan para poder estar en el silencio, para poder estar contigo. ¿Lo has vivido? Busco el desconcierto entre las sombras y el zorro sigue llegando al pilón a beber a media mañana.
Este miedo es disciplina. Odio a los imbéciles de la disculpa, del poder y la nostalgia. Si digo sí, me das un corte. Vete con ellos. Son sabios. Hablan de la verdad y son tan falsos, que su poesía morirá como lo hacen las hojas del acebuche en la piscina.
No te quedes hoy un rato. Deseo que te marches. He tomado la Custom, y el dolor de este dedo me atosiga. Me aprisiona. Los aprendices de burro enseñan las orejas. Los hay filósofos, economistas, filólogos, traductores, profesores de idiomas. La vida solo crece entre los matices. ¿Lo has olvidado?
Cuando Juana invocó a las estrellas, una hoja de pilistra se torció. Miré la cara de la niña y una iluminación volvió de lejos. Era como un saludo. Una aproximación. Fuimos aire, agua, tierra, fuego. Me marché para casa con la cabeza hueca y la cara muy roja. Al día siguiente, en el colegio del Santo Ángel, te busqué en las esquinas, en las clases de francés, en el comedor de Marcela. No estabas. No volví a ver a la niña hasta pasados años. Era mujer. Casada y con hijos. Nos miramos sonriendo, y nos reímos tarde.
Este dedo molesta y duele. La fe mueve derrotas. El modo lo cocemos a la carta, con un poco de miedo. Con las manos vacías he perdido la suerte. Como lo hicieron aquellos escritores que se hicieron amigos del mundo de la lírica para poder recibir alabanzas. Que tu poesía es mala, cursi, poética, anticuada. Si te llamas Antonio, lo lamento, morirás como el ángel, con cara de capullo y versos por el suelo. El apellido cuenta, siempre indica. No abandono los actos cuando marchas despacio.
Me refiero, simplemente, a los ángeles. Los diablos existen. En el sur los motivos permanecen ocultos.
Que mala es tu poesía. Digo amor y me odias. El hielo se derrite. Seguirás recibiendo alabanzas de sordos, de ciegos y de tristes. El dedo duele mucho. Se ha apagado la dicha.