La poesía de Kipling es como una gaviota que se adentra cien kilómetros en tierra, y se aleja del mar. Hoy en el porche de casa he visto una. Andaba desconcertada, pero era necesaria su presencia.
Dicen que debo llamarte Susana. Que en Salamanca hay una persona exactamente igual a ti, y se llama así. Como la turca, la del bandido negro en Estambul.
Eso es el exotismo, la presencia de luz entre las sombras, y el momento que dejas para hacer que no vuelvas. Ver, mirar y sonreír. Todos nos conformamos con un hecho manifiesto.
Ver y mirar se entienden. Sonreír se sobreentiende.
Si deseo otras cosas, no lo puedo decir porque te ofendes. La ofensa es siempre agravio y la gaviota ha pasado rozando la cabeza. Su pico era muy grande, y se sentía perdida. La he montado en el coche y he recorrido los cien kilómetros que separaban la integridad del desconcierto. ¡Si Kipling levantara la cabeza!