Una vez, un poeta social muy bajito y cabezón, nos enseñó la paz, la palabra y la herencia. Si mirabas las copas de los árboles se resentía. Si, en cambio, escarbabas junto al tronco, abajo, y desgranabas la tierra húmeda, recitaba sus versos inacabados siempre.
Prefería encerrarme en el centro del bosque, con obras de Meredith, Hawthorne, Wilde, Carroll, Barrie. Era más provechosa la tarde y la mañana. Tenía que usar las gafas y la herencia se convertía en paz, y la poesía social en disciplina.
Siempre faltan palabras en el diccionario para escribir un verso.