Ocurre en casi todos los versos, hay personas que no se acaban nunca. Intensas, reprimidas, jardineros del Hades. No aman lo sombrío, lo nebuloso, efímero, prefieren que Lete les arrope en sus múltiples condenas.
Si esperas que respondan lo harán sin culto, así una cuestión que debe ser analizada, se resuelve en la boca del enfermo, con la moneda sobre la lengua. Tienen capacidad de hablar de los osados. Ellos, los no sinceros, visten de blanco en vez de amarillo.
Un día se acercó Cerbero. Una de sus cabezas ladraba, la otra asentía y la última negaba. Apoyado en un ciprés muy alto pasaba el tiempo a su sombra. Una cabeza molestaba, las demás juzgaban con su ritmo.
Mientras dormimos todos pasamos un rato en el Hades. Saludamos a los amigos que se han dejado ver, buscamos a aquellos que se esconden por vergüenza, y amamos la verdad por encima del espíritu.
Hay personas que no se acaban nunca. Evitas el contagio, su presencia. Pero están, ellos son. Dentro del laberinto permanecen siempre como seres teocéntricos. Su vida se limita al rito de iniciación.