sábado, 20 de agosto de 2011

22 (Veintidós)



Vuelvo a los girasoles. Esta vez me he perdido en el centro del bosque. Todos estaban secos, inclinados. Una desviación mágica intentó detenerme pero supe impedirlo. No era una aproximación.

Buscaba los matices en la flor arrugada, en las copas de árboles, en los troncos de pinos. Suciedad en el suelo y una hormiga veloz. Era una hormiga roja, como tus ojos necios al salir de la ducha.

Don Nicanor me dice que lo siga intentando, que debo trabajar el verso con el ruido típico de las olas del mar. Una vez, otra vez, a la orilla, la espuma, la arena que se traga el agua con constancia. No debes conformarte con los ojos tan rojos, debes tenerlos grises, azules, amarillos.

El girasol que pierde su color es la luz de la noche. Lo más artificial. La poesía no es social, es verdadera. Debe ser desconcierto.

El girasol se inclina como una mujer mientras le das un beso. Y agacha la cabeza que permanece seca.

He encontrado el camino para llegar al centro. En el bosque el mar nos dice cosas al oído. Vuelvo a tocar las fotos.