martes, 11 de octubre de 2011

73 (Setenta y tres)





Se ha empeñado Lord Chamberlain en hacer unas fotos del vicio. Mientras leía el poema, el odio de su rostro se ha tornado imprevisible. El humo del cigarrillo le ha puesto nervioso. Con la cámara en mano ha realizado unas instantáneas fugaces. Sobre la mesa no estaba el vicio, estaba la virtud. Se confunden los términos. Lo mismo ocurre en la poesía, es su grandeza. Cada cual puede leer lo que desea leer, aunque en el fondo el autor ha creado existencias. Las opiniones vertidas sobre lo que acompleja es efímero. Siempre resultó así.

La poesía es tan grande que se confunden las cuentas del pasado con los actos del presente. El poeta es un vividor, de hecho. Su lírica es existencia, y todos los recursos se ponen a su servicio. La experiencia no existe. Nunca ha pervivido. Es la existencia la que nos va llevando por los caminos hasta el centro del bosque.

No hay dos vidas iguales, siquiera semejantes. Como los verdes del campo, los tonos se confunden con el sol, el reflejo, las sombras y la noche. Vivimos para ser, pero somos por vivir.

¿Quién tiene cuentas pendientes? ¿Se han saldado las deudas? Sin ello es imposible vivir. El vicio es el negocio de los necios, la servilleta manchada de carmín junto al mantel de hule.

Nadie es capaz de herir. Hace novillos a unos versos que podrían haber sido y existieron. Pero nunca resultaron experiencia. A este lado de la vida solo hago caso a las teorías de Lord Chamberlain. Él era un noble.

Han cambiado los tiempos. El diálogo es experimentación. La palabra es justicia. ¿Hay maldad? Hay envidia. A Colinas no lo leen los necios y ha escrito muchos de los mejores versos del pasado siglo. Pero es que cuesta entender. Lo mismo dice Lord Chamberlain. Encima de la mesa no está el vicio, se encuentra la paciencia.




© de las fotografías: Jasamaphoto