jueves, 20 de octubre de 2011

81 (Ochenta y uno)



¿Qué le pasa a la flor? Cuando riego su vida se hace enérgica, por la tarde decae, agacha la cabeza. Parece que ella llora. Entre la vigilia y el sueño hay un estado de trance permanente. Como el de esa flor al atardecer. Es una disposición de la inconsciencia. Nunca es una situación irreflexiva. Estamos en alerta pero el momento crítico es decisivo.

Así nació la mística. Al menos, lo que dicen los otros. Es una sensación irregular, fantástica. Puedes leer, tomar un libro entre las manos, acariciar su tapa, oler todas las letras, palpar un tacto efímero. En el fondo estás aunque no existas. Siempre da igual que alguien hable, sonría o recite unos versos. Tú tomas el cuaderno entre las manos, los sueños, el mar, la tierra. Una vida en volandas.

Y en esa situación de combustión lírica Sócrates descubre que la naturaleza debe ser cambiada por el diálogo, por la palabra simple y verdadera.

En Barcelona existe otra forma de entender la poesía mucho más sincera. Como una flor de mañana que amanece en estado de equidad y duerme en posición de abrigo. Los vocablos suelen ser reales. Las amistades menos peligrosas.

Hay que arriesgar, siempre hay que volar, dar mil vueltas a un único abismo al que nunca caes. Es nuestro laberinto. En el centro, sentado, con un puñado de fotos entre las manos, ves que la puerta se abre y la luz no se apaga.

He arrancado la flor sin esfuerzo. La mantengo en la mano. Está feliz, latente. Vive entre la vigilia y el sueño. Una voz de fondo dice que somos reflexivos. Y le contesto: ¿Somos humanos?