Quiero determinar la diferencia que existe entre lo bueno y lo malo. Lo aceptable y lo indecible. Intentan recriminar mis palabras y se consigue nada. Un sufrimiento que me ha tocado vivir simplemente. Los que, a vista de todos son intelectuales, no tienen ni idea. Lo concibo y lo determino. ¡Qué vergüenza!
No estoy equivocado. Lo sé. Ustedes fallan. Los mismos. Sí, ustedes. ¿Quiénes sois realmente? Un grupo marginal de nuestra literatura. Un conjunto de sombras equiparables a mis pájaros o a mis topos. Tal vez unos insectos.
Vuestra defensa es vuestro error. No hay fundamento. Ni siquiera poesía que determine el desconcierto. Nada parece nada.
Frente a mi antigua casa había un restaurante que no abría. El propietario consideraba que los vecinos no éramos capaces de entender el arte de sus platos. Cerró. No era el culpable, era el motivo. Un cúmulo de errores sobre un cristal roto y una copa vacía encima de la mesa. El vicio era la estancia. La vida, el misterio.
He tenido la oportunidad de mantener una conversación profunda con un poeta auténtico. Las palabras de Eliot o de Pound. Sus sentimientos.
No me pueden reñir, tal vez garantizar. Pero el origen del mundo radica en la existencia, y yo soy la presencia. Nunca la experiencia. Me cansan tanto los necios que serían capaces de amortizar, en cadena, los juegos de palabras de los no iniciados.
Enciendo la puerta y cierro la luz. La cruz es la constancia. La vida el origen. La mala educación se determina en los hechos, y los tuyos son eternos. Ya no me quieres como antes, pero no puedes hacerlo. Os odio. Os odio a todos. No hay mundo capaz de entenderme. Lo malo, es que yo no os entiendo, ni lo pretendo. No me interesa la vulgaridad. Eliot, Pound, Novalis, una pizca de Parra y mucho de otros que han sabido vivir.