lunes, 24 de octubre de 2011

85 (Ochenta y cinco)



El diario anónimo de Valente es lo mejor que he leído de Valente, incluso que su poesía. Las cosas aparecen en su justo momento, con su debida medida y con razón. Es ahí donde la palabra supera al entendimiento.

La palabra contiene inteligencia. Tuve que acudir en varias ocasiones a Dante y a Borges para poder dormir con equidad y hablar con propiedad. En ese diario anónimo existe una grandeza que Valente guardaba, era la incertidumbre. No aspiraba a conclusiones, tan solo a testimonios. Como en una cosmogonía personal, la idea separaba la realidad del vicio.

Suena Mozart. Habla Arquelao de las homeomerías. Es la noche la cumbre de la expresión del lenguaje, los primeros momentos empíricos (también pienso que simbólicos).

La “domadora de dioses” de Homero, es la noche anónima. Para Aristóteles es el primer término. Las cosas aparecen en su justo tiempo. Y el no ente existe igual que el propio ente. Origen de las cosas. Así la no noche existe al igual que la noche. Y nada es anónimo. Todo debe ser cambio, contrario, desconcierto. Por eso acudí a Dante y a Borges.

En el principio fue la noche, luego vino el diario, más tarde lo anónimo. La unidad mínima justifica los límites.

Pasa algo similar en la rutina. Todo es igual, nada está dividido. Observas fijamente las cosas, algunas andan lejos, otras cerca, pero todas están en la mente. Aunque el mundo se disperse haremos lo mismo mientras tengamos que hacer lo mismo.

La rutina es el vacío, pero también una derrota que llena el tiempo. El principio de las inclinaciones está representado por el desconcierto. Es el principio primario, aunque exista la rutina.

Valente ha escrito un diario anónimo. Ha manifestado su extraordinario conocimiento del misterio, pero el misterio no es existencia. El misterio no es alegoría, no es inclinación ni desconcierto.