domingo, 22 de agosto de 2010

The Face (dieciocho) (Tercera Inclinación)



Dante sigue llenando la cabeza. Un suplemento que habla de los cuentos y la ordenación de unos poemas de última hora. Han aparecido. Los cuadernos negros no son iguales que los marrones. Pero son más antiguos. A veces anoto una fecha pero ya me he perdido. No coincide nunca la fecha de escritura con la aparición de los cuadernos.

Es como un duro extremo de duda y de recuerdos. ¡Maldita Nerea! Dante me habla. Dice que en el infierno se está mejor que en el purgatorio. Mucho mejor. La duda que plantea deja cerradas las puertas, aunque nunca dejamos de hacer lo que nos plazca.

Es posible que la noción sea un desarrollo popular. Como la propia ordenación. Aunque todo en mi vida está en el lugar que le corresponde, los cuadernos aparecen y desaparecen. Como si tuvieran una disposición acentuada. Una manifestación de categorías.

Ayer encontré dos. Uno negro y otro marrón. Estaban muy viejos y gastados. Completos. No había una sola hoja libre. Pero vuelven los muertos. Un conocido pregunta por la familia de sangre, y desaparecen los fallecidos. Como una sucesión de recuerdos. Un orden y un concierto.

Acabo la serie. En veinte segundos, o tal vez dieciocho, completo la ecuación. Es el orden. Los límites extremos del círculo se unen. Y creí como Empédocles que se habían marchado. Permanecieron dentro. Pensando que te habías ido, mujer, todo deja paso al recuerdo.

Lo que pasa, en este día, y en otros que dejarán las letras a las palabras, es el orden. No confío en tu planteamiento. Encargas y pones el cuidado de tu vida en las manos de alguien. En la sutileza, en la simpleza. Dar esperanzas no consiste en asentir, en regalar, en escuchar. Dar esperanzas consiste en vivir. Simplemente en vivir.

Algo recuerdo que sea capaz de engrandecerte. Dos cuadernos, cuarenta poemas que destruyo. Salvo un par de ellos, todos los demás son residuos, desechos líricos como las bienaventuranzas. Algo despreciable. Pero no tengas miedo, mujer, no tengas miedo. Nunca, ahora, en este preciso instante.

Estoy perdido. He rechazado consejos. Estamos camino de la frontera y no te encuentro. No hablas, no ayudas. Cruzamos caminos, pero no dejo de mojarme. No hay plan establecido. Nunca encontraremos el camino, y ahora, precisamente ahora, no deseo volar.

Hay que improvisar más en esta vida. Suena bien. Muy bien. Estamos divididos. No preparo ni estudio lo que hago. Todo sale, así, perdido, por antonomasia, énfasis, o conjunción sistemática. Sin suerte. Sin senderos. No quiero volar.

Nuestro guión ha dejado paso a la vulgaridad. Y esos cuadernos dicen mucho. Son la ausencia de novedad e importancia. Te escribí con amor y recibí las flores de la calabaza. El efecto de la prisa es engañoso. Me dicen que no hago más que regalar calabazas, pero los kilos me sobrellevan, no los soporto. Y antes que los rabilargos las destrocen, las regalo. Para sopa, un pisto, cocido. Dan mucho juego.

Abrí los ojos en diciembre. Hace un par de años. Son cosas que no quise decirte. Como un funambulista traficando con los sueños del pasado. Dante me llena la cabeza, y reporta beneficios líricos.