sábado, 7 de agosto de 2010

The Face (nueve) (Tercera Inclinación)



Una de mis mayores inclinaciones siempre fue el deporte. Y lo digo en pasado porque el presente es ya muy diferente. Deportes de todo tipo: de riesgo, de no riesgo, de silla, de butaca, de equipo, de compañía, de amistad, de enemistad, de irreverencia, de gusto, incorrecto, plural.

Al fin y al cabo deporte, con minúsculas, como dios. Una inclinación.

Intento practicar algo en este tiempo y los dolores son insoportables, apenas puedo dormir, y espero que abra la farmacia de turno para adquirir relajantes musculares, psíquicos y químicos, amén de pomadas calmantes. Utilizo el bastón de vez en cuando. Que no el bastón de mando, sino el de apoyo.

El deporte ha sido el culpable que de cintura para abajo sea un caldito de puchero. Cadera, rodilla y tobillos. Y con pringá.

Una vez intenté fortalecer la inclinación a base de desprestigio pero sólo conseguí enemistarme con los compañeros de equipo. Lo hacía exclusivamente para no cargar mis partes, aunque éstas fueron cargadas en sobremanera.

Desde entonces, alguna tentación (como la de ayer) y poco más. Correr es de cobardes, y hacer deporte de necios. Mientras sea inclinación o misterio, admitimos deporte como producto sofocante. Pero si no lo es, al taste.

Una farmacéutica pelirroja, y con gafas, me recrimina. “¡Debe usted ir al médico!”. Sonrío a lo Gérard Depardieu, y le digo al oído:

Mujer, no te quites las gafas,
las lentes me apasionan,
tus ojos me conmueven.
Tu pelo, ¡ay tu pelo!,
lo teñiría de azul
para seguir creciendo.