miércoles, 25 de agosto de 2010

The Face (veintiuno) (Tercera Inclinación)



Debo hablar diariamente al cachalote. Tomo una silla, enciendo un cigarro y, para no aburrirlo mucho, le leo un poquito de aquí, algo de allá. Incluso en alguna ocasión me he atrevido a recitarle un ictus. Los lapsus no le gustan. Entiende poco de feminidad.

El sperm whale, es muy bello. Tiene un color precioso. Incrustados en el cuadro se encuentran palabras literarias en inglés de Moby Dick. Melville no estaba borracho cuando escribió la obra.

Lo trajo una nube. El cuadro llegó subido en una nube. Tan gris y pesado pensé que acabaría destrozado, pero ocurrió lo contrario. La nube venía acompañada de un máster.

Las decisiones se deben tomar frente al cachalote. Y siempre responde. Basta con leer algunos párrafos de los textos y tienes la respuesta.

Hoy dice que acuda a Nantucket. Una gran isla. Como Siltolá pero algo más lejos. Debo viajar en el Pequod. Es incómodo pero fiable.

Ocurre que estoy cansado de viajar. De leer. De escuchar. El cansancio es un estado civil propio, como la soltería o la viudez. Y de ocupación el cansancio. Tedio. Hastío. Fastidio.

Deseo hablar de nuevo con el cachalote. Hay que poner las cartas sobre la mesa. Pero esa, la del pico doblado, la debes retirar de la baraja. Siempre hay cartas marcadas. Eso es trampa. Embuste. Engaño. Política.

Ahora no deseas que llegue mañana. El día de hoy debe ser eterno. Odio los saludos, los reencuentros, las palabras cruzadas. Estamos de prestado. Sin cartas marcadas y no apostamos nada en la ruleta. La bola se ha parado. Ha detenido el impulso entre el 12 rojo y el 35 negro. ¡Qué mala suerte!

Hay una araña rondando al cachalote. La mato. Celebro una ceremonia poco litúrgica, pero estoy contento. Muy contento. Puedo respirar. Lo veo todo claro: la luz, el horizonte, los tomates.

Ya sé lo que quiero, y está muy cerca. Lo puedo tocar. Quito mi venda de los ojos, y por fin es realidad lo manifiesto. ¡Qué gilipollas he sido hasta ahora! Fíjate, si desde luego, tan cerca y para mí tan lejos. Tan real y lo veía imposible. No me gustan las mujeres. No pueden gustarme. Para nada.

Que no soy maricón, es una realidad fiable. Pero que la mujer y la sardina, al carajo, también. Por tanto, uno más uno son tres y medio.

¡Qué bien estoy, qué tranquilo! Como Melville. Y menos borracho. Como Murakami, pero más hijo de puta. La vida, es la vida.

Pero hoy el cachalote me ha dicho lo que debía escuchar, y desde luego, ha merecido la pena. Ahora soy otro hombre, otra tercera inclinación. Otro lo que sea. Pero soy. Estoy. Existo. ¡Al carajo!