sábado, 28 de agosto de 2010

The Face (veinticinco) (Tercera Inclinación)



Hoy recuerdo enormemente a Trapiello. Debes darte cuenta que tus armas son las letras. Y aunque deteste pararme a hablar con unos y con otros, conversaciones absurdas, después piensas y escribes. La respuesta se realiza en las palabras.

He mantenido una larga y profunda conversación con mi hija mayor. El motivo no era otro que su decisión académica. He querido ser Herodes, pero también descubro que la elección que has realizado en tu vida te la tienes que comer con patatas. En otra vida me pido ser Herodes. En otra vida creo que disfrutaré, por fin seré feliz.

Además de definirte, es necesario tener presente una serie de máximas recomendables. La primera proviene del padre de Pepe Moreno. Abogado de profesión dejó muy claro a su hijo que “el cliente cambia pero los compañeros no”. La utilizo añadiendo algunas adendas. Por ejemplo que “los conocidos cambian pero los amigos no”.

A pesar de todo esto, cada vez me cuesta mucho más entablar una conversación profunda. Lo habré aprendido de dios. Tan artificial y falso como los macarrones. Siempre deben ser aderezados.

Otra máxima presente es aquella que indica que “los amigos de tus amigos nunca serán tus amigos”. Elemental y verdadero. Si hablar cuesta, soportar caras de gilipollas y sus palabras mucho más. Mi arma sigue siendo la palabra. Y, aunque parezca extraño, en alguna ocasión le he dicho a alguien que he encontrado, “Te respondo esta noche, ya sabes, léeme”. Original o no, pero cierto.

Odio a aquellos que hacen lo imposible para evitar pagar. Guardo silencio pero escribo. Lo del presidente ese de la comunidad era real, tan real como un matadero extremeño. Pobrecillo, que malaleche tiene. Y que poca clase.

En la otra vida seré Herodes. Los lunes, miércoles y viernes. Los martes y jueves Salomón. Los sábados Neptuno. Y los domingos descansaré.

En la otra vida elegiré cada una de las palabras pronunciadas y en el tiempo real y verdadero. Dejaré de ver el atardecer y el romanticismo lo envasaré al vacío. Y la pena, ¡ah la pena! La pena me la como, como los penne, pero sin aderezar.