jueves, 26 de agosto de 2010

The Face (veintitrés) (Tercera Inclinación)



Llevas corriendo todo el verano y no se nota el esfuerzo. Tienes el culo aún más gordo, y además, eres cobarde. De nada sirvieron los cascos en el oído, ni siquiera esa dieta sana a base de purés y verduritas. ¡Estás horrible!

Claro que si tratabas de coger aire sin respirar lo tienes crudo. Los pulmones se van atrofiando poco a poco y sientes esa presión como las páginas de un libro infantil. Bellas ilustraciones y textos para primeros lectores.

Siempre he traído a la memoria que el primer libro que leí completo fue aquel del que no recuerdo el título. Queda el morbo, la pasión, hasta el desenfreno. Pero para nada sirvió. Sí puedo asegurar que tenía páginas, dibujos en blanco y negro y una portada verde horrorosa.

¡Estás horrible! Tienes que cambiar los espejos y hacerlos engañosos. Imagínate. Coge un libro de poemas malo. Ese, sí. Ese que mencionas. Lo acercas al espejo y el reflejo te depara unos versos de Claudio o de Pepe Hierro. ¡Menuda suerte!

Si hubiera tenido ese espejo antes no hubiera vendido los regalos de los noventa. Claro que gracias a esa mala literatura pude comprar cartones y cartones de Ducados. Todo tiene una explicación. Y ahora tengo los pulmones como las ilustraciones del primer libro.

¿Se puede utilizar el espejo en la vida? Y no respondes. Callas. Ni siquiera sonríes.

Tengo que realizar un experimento. Pero debo hacerlo con cuidado. También es preciso mantener un poco de secreto. No puedo dar falsas pistas.

Si pongo frente al espejo un bote de nocilla, ¿sabéis lo que aparece? El suplemento cultural de El País.

Y si en cambio acerco unas pijotillas. Entonces, salen caballas. Y hasta aliñadas. Con cebollita y aceite de oliva. Pero debes tener mucho cuidado con las espinas. Se clavan por todas partes.

¡Vamos, sigue corriendo, a ver si te cunde! ¡Cobarde!