Mi infancia no fue como la de los niños de esa edad. Tuve un recuerdo complicado y una vida mucho más difícil. No jugué lo que tenía que jugar ni disfruté lo propio. Los días pasaban con miedo, y las noches entre el sonambulismo y los terrores nocturnos.
Ya de jovencito, cuando todo comienza a fluir, prefería leer El Quijote antes que correr detrás de las mozas. Durante el viaje de fin de curso, mi madre comentó a Lola, “Cuida de mi hijo, que es un poquito raro”. Y Lola, con sus enormes pechos, pasó de mí para enfrascarse en la tentación de Paquito. Los lotes eran interminables. Solía poner cara de gilipollas pero descubría el placer en las esquinas.
En Moguer Mari Carmen fue muy simpática, pero prefería las tertulias con Diego Ropero o Juan Cobos, y hablar de poesía me llenaba mucho más que el simple y vulgar morreo juvenil.
No estoy saliendo del armario. Mi armario está cerrado. El calor que hace no es normal, y estoy reventado. Pongo el aire. Estoy fuera del armario. Dentro o fuera. ¿Dentro o fuera? Me gustan las mujeres, las mujeres guapas. Una mujer es una bendición, y dos un sufrimiento.
Bueno, todo es depende donde se mire. No quiero liar más la cosa. La cosa es abismal, la cosa es abisal, la cosa me sostiene. La cosa me cuelga. Pero dejo la cosa.
Mi madre me llamaba raro y mi padre gilipollas. Como comprenderán ustedes con esa infancia y juventud, recibí más hostias que la Veneno.
Ahora, con cuarenta y cinco años, uno recuerda su vida con otros ojos, con los ojos del armario. Mi armario está muy ordenado, las camisas, los polos, los pantalones, los pañuelos. Todo ordenado. Y lo cierro y lo abro a mi antojo. Y hasta tengo un cajón (que no un cojón) para las intimidades.
Comencé a trabajar muy joven. Tenía que pagarme los estudios. A veces no respondo a algo real, son arrebatos del momento, y la gente me castiga. Pero en ese mismo instante, cierro y abro la puerta del armario a mi antojo. Un arrebato es una justificación, y dos un sufrimiento. Un arrebato es una mujer cansada, un armario enjaulado, una bestia profunda, un sobresalto.
Me lo estoy pasando en grande aunque me duela la cadera, el tobillo, la rodilla. La parte izquierda, que no soporto la derecha, si tengo que estar jodido que sea de la izquierda.
Cierro mi armario con llave y cumplan sus expectativas. Tomo El Quijote para recordar y vuelvo a los lugares donde estuve de joven. Cádiz es una maravilla, hay mucho arte pero también mucho paro, aunque lo que más me gusta, es que todo perdura, hasta el armario.
Tengo que llamar a un carpintero. Las puertas de mi armario se deben cambiar por unas “correderas”.
Ya de jovencito, cuando todo comienza a fluir, prefería leer El Quijote antes que correr detrás de las mozas. Durante el viaje de fin de curso, mi madre comentó a Lola, “Cuida de mi hijo, que es un poquito raro”. Y Lola, con sus enormes pechos, pasó de mí para enfrascarse en la tentación de Paquito. Los lotes eran interminables. Solía poner cara de gilipollas pero descubría el placer en las esquinas.
En Moguer Mari Carmen fue muy simpática, pero prefería las tertulias con Diego Ropero o Juan Cobos, y hablar de poesía me llenaba mucho más que el simple y vulgar morreo juvenil.
No estoy saliendo del armario. Mi armario está cerrado. El calor que hace no es normal, y estoy reventado. Pongo el aire. Estoy fuera del armario. Dentro o fuera. ¿Dentro o fuera? Me gustan las mujeres, las mujeres guapas. Una mujer es una bendición, y dos un sufrimiento.
Bueno, todo es depende donde se mire. No quiero liar más la cosa. La cosa es abismal, la cosa es abisal, la cosa me sostiene. La cosa me cuelga. Pero dejo la cosa.
Mi madre me llamaba raro y mi padre gilipollas. Como comprenderán ustedes con esa infancia y juventud, recibí más hostias que la Veneno.
Ahora, con cuarenta y cinco años, uno recuerda su vida con otros ojos, con los ojos del armario. Mi armario está muy ordenado, las camisas, los polos, los pantalones, los pañuelos. Todo ordenado. Y lo cierro y lo abro a mi antojo. Y hasta tengo un cajón (que no un cojón) para las intimidades.
Comencé a trabajar muy joven. Tenía que pagarme los estudios. A veces no respondo a algo real, son arrebatos del momento, y la gente me castiga. Pero en ese mismo instante, cierro y abro la puerta del armario a mi antojo. Un arrebato es una justificación, y dos un sufrimiento. Un arrebato es una mujer cansada, un armario enjaulado, una bestia profunda, un sobresalto.
Me lo estoy pasando en grande aunque me duela la cadera, el tobillo, la rodilla. La parte izquierda, que no soporto la derecha, si tengo que estar jodido que sea de la izquierda.
Cierro mi armario con llave y cumplan sus expectativas. Tomo El Quijote para recordar y vuelvo a los lugares donde estuve de joven. Cádiz es una maravilla, hay mucho arte pero también mucho paro, aunque lo que más me gusta, es que todo perdura, hasta el armario.
Tengo que llamar a un carpintero. Las puertas de mi armario se deben cambiar por unas “correderas”.