domingo, 1 de agosto de 2010

La emoción



Dicen las malas lenguas que la emoción se desprende como lo hacen las hojas, pero no me lo creo. Emoción, la emoción como la concebimos, como la mamamos, debe permanecer. Si bien no eternamente, una buena parte. ¿Qué será de nuestra vida sin emoción? ¿Qué podemos hacer sin conmoción, sin interés?

Aburrirnos como ostras en la bandeja de un restaurante, esperando que se acerque el señorito con la copa de cava y desee degustar y enriquecer sus papilas. Todo se acaba sin emoción.

Una vez un poeta dijo que había perdido la emoción por escribir, y mucho más por leer. Le tomé por el brazo y le encerré eternamente en la biblioteca de mi casa. Por debajo de la puerta le lanzaba, de vez en cuando, tranchetes, que era su único alimento. Por la ventana (con rejas) le pasaba el agua. Me tapé los oídos y nunca escuchaba los improperios.

Un día se cansó. Se cansó de gritar. Y descubrió una emoción, la de estar encerrado entre libros.

Al cabo de los años abrí la puerta, pero era un cadáver.